Beirut (PL) Aunque técnicamente continúan en guerra, El Líbano e Israel acaban de cumplir 10 años sin enfrentamientos militares de envergadura con un escenario muy distinto que trasplantó a Siria la perenne fricción entre los protagonistas del conflicto de 2006.
La guerra de 34 días -que dejó mil 200 muertos libaneses, en su mayoría civiles, y 160 israelíes, básicamente soldados- sigue hoy muy presente en el recuerdo y el análisis de ambos beligerantes, que han vivido esta última década como descontando los días para la próxima confrontación.
El conflicto se desató a raíz de la respuesta de Tel Aviv a una operación ejecutada por combatientes de Hizbulah el 12 de julio de 2006 en la frontera común que derivó en la muerte de tres soldados israelíes y la captura de otros dos, supuestamente vivos.
Los cadáveres de los militares que se creía estaban prisioneros fueron entregados y canjeados dos años después por cinco hombres de la Resistencia.
Durante 34 días, Israel llevó a cabo ataques aéreos que devastaron muchas zonas en el territorio libanés, incluido el Dahiyeh, los suburbios del sur de Beirut donde residen amplias bases populares de Hizbulah (Partido de Dios, en árabe) y de su aliado, el movimiento Amal (Esperanza).
Hizbulah, por su lado, disparó miles de cohetes contra el norte de Israel, demostrando su capacidad de respuesta y generando pánico entre civiles del vecino estado, incluso en la capital Tel Aviv, lo que desencadenó un sinfín de críticas al gobierno del entonces primer ministro Ehud Olmert.
Si el mando político-militar sionista asumió aquella guerra como una suerte de desagravio por haberse visto obligado a retirar sus tropas de varias zonas de El Líbano en 2000, luego de 22 años de ocupación, su desenlace tuvo distintas lecturas, casi todas con Israel como perdedor.
El Partido de Dios, que consideró su persistente guerra de guerrillas una causa de peso para precipitar la salida de los soldados israelíes del territorio nacional, mantuvo su vitalidad militar y, además, elevó su prestigio político y social ante gran parte de la población libanesa.
También en el propio Israel analistas y estrategas consideraron la ofensiva terrestre y aérea de hace una década «una oportunidad perdida» y un «fracaso» porque no logró impedir que Hizbulah dejara de lanzar cohetes y tampoco pudo rescatar con vida a los dos soldados.
Militantes de la agrupación chiita que combatieron en 2006 comentaron a Prensa Latina que incluso los rivales políticos de Hizbulah dentro del país, que le exigen desarmarse, le reconocen su rol determinante, por encima del Ejército nacional, en frenar y forzar el repliegue de los israelíes.
Del otro lado de la frontera, el informe de la Comisión Winograd calificó aquella beligerancia como «una seria oportunidad perdida» para Israel porque faltó planificación y una clara estrategia de salida, de ahí que no se lograran los objetivos trazados.
El reporte Winograd hizo mención directa a la polémica ofensiva terrestre israelí en los últimos días de la guerra mientras la ONU gestionada un acuerdo de alto el fuego.
La prensa israelí divulgó en días recientes una carta abierta del jefe de Estado Mayor del Ejército, Gadi Eisenkot, quien encabezó las acciones militares de 2006 contra El Líbano, en la cual aseguró que «aprendieron la lección» y advirtió de la eventualidad de otro enfrentamiento.
«La amenaza de El Líbano aún existe y contiene muchos desafíos, y necesita que (el ejército israelí) esté preparado para cualquier escenario», opinó Eisenkot, quien ha descrito a Hizbulah como «principal enemigo» de Israel.
Otras fuentes refieren criterios del vicejefe de Estado Mayor Yair Golan, cuando en abril pasado estimó «preocupante» que el Partido de Dios haya mejorado sus capacidades militares, lo cual le indujo a vaticinar que una nueva crisis «devendrá una guerra a gran escala».
Según estimaciones de Israel, Hizbulah posee entre 100 mil y 120 mil misiles de corto y mediano rango, así como varios cientos de cohetes de largo alcance, algunos con capacidad para impactar en Tel Aviv.
CONFRONTACIÓN EN ESCENARIO SIRIO
En los últimos dos años, Israel ha aprovechado el caos imperante en Siria para dar golpes selectivos a convoyes con armas y efectivos de Hizbulah y a asesores iraníes. Baste recordar los de enero de 2015 y 2016 que desataron respuestas contundentes, a la postre las únicas acciones militares directas.
Tales incidentes inducen a los analistas a aseverar que la confrontación ahora inexistente en la frontera libanesa-israelí está latente en Siria, y que la implicación de la Resistencia en aquel conflicto hace menos probable otra guerra directa, al menos por ahora, pero añade nuevas preocupaciones.
El envío de miles de hombres -se afirma que hasta cinco mil en varias rotaciones en los últimos tres años- a Siria para combatir a opositores armados a Al-Assad y a terroristas del Estado Islámico y el Frente Al-Nusra, desvía la atención pero permite enriquecer la experiencia combativa.
Círculos israelíes citaron a observadores e investigadores que esgrimen preocupación respecto a cuánto ha beneficiado a Hizbulah su experiencia combativa en Siria, al punto de haberse tornado un rival más aguerrido y reconocible tras luchar junto a Rusia, que también apoya a Al-Assad.
Sin embargo, expertos creen que sería descabellado para el mando del partido chiita abrir un nuevo frente contra un enemigo mucho más fuerte como Israel, cuando dentro de Siria tienen más de un adversario sobre el terreno y en El Líbano tampoco pueden desatender la seguridad en sus bastiones.
Para el director del Centro Rubín de Israel para investigaciones de asuntos internacionales, Jonathan Spyer, la probabilidad de otra guerra es baja mientras prevalezca el conflicto armado sirio.
No obstante, alerta de que Hizbulah «sigue comprometido con la destrucción de Israel» y, sobre todo, que el Partido de Dios es «ahora mucho más fuerte de lo que fue en 2006».
En un discurso pronunciado en junio en ocasión de los 40 días de la muerte del comandante de la Resistencia Mustafa Badreddine durante un ataque en Siria, el secretario general de Hizbulah, jeque Hassan Nasrallah, ratificó su determinación de reforzar la presencia militar en Alepo.
Según Nasrallah, en aquella urbe siria se libra la mayor batalla de la guerra en el país vecino, y vaticinó que tendrá impacto allí, en El Líbano, Iraq y Jordania. «Es nuestro deber incrementar nuestra presencia en Alepo y sus alrededores», dijo.
Y dirigiéndose a los combatientes de su partido agregó: «así como contamos con ustedes en la Guerra de Julio (de 2006), estamos contando con ustedes en la batalla de Alepo».
La participación del Partido de Dios desde 2013 también ha incidido en despejar la frontera sirio-libanesa de la presencia de rebeldes y terroristas, aunque persisten escaramuzas frecuentes de menor impacto.
Por lo mismo, el 25 de mayo de este año, al hablar con motivo del Día de la Liberación y la Resistencia (que conmemoró los 16 años del fin de la ocupación israelí), Nasrallah fue categórico, una vez más, en descartar la entrega del arsenal que posee su organización.
«Israel es el principal enemigo, algunos desean convertirlo en un aliado», apuntó para luego subrayar que «la ecuación ejército, pueblo, resistencia persistirá en momentos de pasividad (gubernamental) árabe, … pero no habrá desarme mientras prevalezca la amenaza sionista».